Este no es un mundo para humanos.

Iarlën, inclinada sobre su trabajo de costura, haciendo tiempo para que llegara la noche y pudiera acompañar a su padre en la caza, se sobresaltó cuando un largo rugido feroz, lleno de desesperación, resonó de pronto haciendo que las aves levantaran el vuelo de golpe y las hadas que jugueteaban entre las ramas de los árboles parlotearan excitadas, riendo con risas maliciosas y revoloteando de un lugar a otro.

-¡Mamá!- llamó, casi con miedo de moverse de su asiento, lamentando que su padre no estuviera. Primero el cántico que venía del mar, que ponía los pelos de punta, después eso. -¡Mamá, ¿has oído eso?!

En ese momento el rugido se repitió, y una mujer de pelo largo y moreno irrumpió en la sala sosteniendo a un bebé envuelto en pañales y se abalanzó hacia la niña.

-¡Iarlën, ¿estás bien?!- la abrazó. –Dios mío, qué susto me has dado.

-¿No lo has escuchado, mamá?- insistió la pequeña. -¡Un rugido! ¿Qué pasará? ¿Estamos en peligro? ¿Salgo a explorar?

-Sí, sí- respondió distraídamente la madre, acariciándole los cabellos al tiempo que la niña trataba de escudriñar por la celosía que tapaba las ventanas. –Deben de ser cosas de sobrenaturales, ya sabes que al lado del mar siempre pasan cosas así, no hagas ni caso. No podemos meternos.

-Pero mamá, eso no sonaba normal…- comenzó a discutir la chiquilla, hasta que su madre le aferró los hombros con fuerza, mirándola con tal intensidad que daba miedo.

-No son cosas para humanos. No te metas. No investigues. No hagas nada- sacudió a la niña por los hombros, severa, ignorando el gemido de la pequeña. -¿Me has escuchado?

-Papá dice…- la madre volvió a sacudirla con más fuerza haciendo callar a la niña. -¿Me has escuchado? No son cosas para humanos. Somos débiles.

Iarlën bajó la mirada. –Bien- concluyó la madre, soltándola por fin y volviendo a acariciar su pelo, fino y suave como hilos de seda.

“No soy débil” se dijo la pequeña. “Sé luchar” apretó la mandíbula. “Yo soy como papá. Soy fuerte. Y lo voy a demostrar. Voy a salir ahí fuera y voy a averiguar lo que está pasando”.

Tras un rato de tensión todo se había calmado de nuevo. Como su madre decía, no era un mundo para humanos. Era un mundo peligroso, donde casi todos eran más poderosos que ellos, donde los humanos sólo eran una especie más en un precario equilibrio. Siempre en amenaza. Sin embargo la niña siempre se había sentido atraída por las otras criaturas. Quería saber qué las hacía distintas, cómo eran, si jugaban entre ellas como ella jugaba con su hermano. Quería saber si podían ser amigos, si tenían sentimientos, si podían sangrar.

“Este no es un mundo para humanos…” las palabras de la madre resonaban en la mente de la pequeña, ésta preguntándose exactamente lo que sería un mundo para humanos. ¿Un mundo donde no hubiera hadas gorjeando en los árboles? ¿Dónde los árboles no tuvieran sus ninfas? ¿Dónde no hubiera centauros corriendo ni sirenas en los mares? “Qué extraño. Qué mundo más aburrido” concluyó.

Desde el momento en que ese rugido había sonado la pequeña no había podido de parar de pensar en eso, sobre todo al haber escuchado no mucho más tarde el poderoso batir de alas de un dragón por encima de sus cabezas. Quería saber lo que había pasado, quería demostrar que era útil y que era valiente. Y por ello, desobedeciendo a su madre por primera vez en su vida, se arriesgó a salir de casa por su cuenta, cosa que no solía hacer. Cuando las hadas la vieron salir unas cuantas bajaron a juguetear con su pelo, acompañándola en el camino que había escogido. “Eres muy pequeña para estar sola”, “¿Quieres morir?”, “No es más que una cría humana”, “No es una amenaza”. Iarlën las espantó con la mano, molesta porque cuando iba con su padre no la molestaban.

-Sí, soy humana, ¿dónde está el problema?- masculló mientras seguía el camino, hundiéndose hasta casi la barbilla en las enormes hojas de helecho que cubrían la parte baja del bosque. Un coro de vocecillas pícaras se levantó ante su pregunta.

-Eres débil.

-Eres un animalillo.

-Eres pequeña.

-No puedes defenderte.

-Eres una presa.

-Eres inútil.

-No tienes poderes.

La niña se giró como una centella, agarrando a una de las hadas del pelo y apoyando un afilado cuchillo en su cuello, acariciando casi sensualmente la piel colorida del ser. –Soy humana, soy pequeña, pero sé defenderme. Mi padre me ha enseñado- les enseñó los dientes en una mueca feroz. –Largo.

Las hadas se fueron no sin burlarse de nuevo de ella en cuanto estuvieron fuera del alcance del cuchillo. Iarlën negó con la cabeza, avanzando de nuevo, rápidamente y, sintiendo por primera vez el peso del bosque sobre sus hombros, sabiéndose sola, se sintió asustada. La niña se agazapó ante el silencio, desapareciendo casi entre los helechos, y siguió avanzando, negándose a volver atrás. “Lo voy a conseguir”. El qué, no lo sabía, pero no quería volver a casa. Todavía no. Tendría miedo, pero se sentía libre.

Estuvo andando largo rato, observando el bosque como la habían enseñado, ocultándose en cuanto detectaba la presencia de algo sobrenatural… hasta que el sol, colándose desde un claro más adelante, la sorprendió cegándola. Dando un gritito se abalanzó hacia delante, pero se detuvo de inmediato al escuchar sollozos. Avanzó con precaución y se ocultó detrás de un árbol, con el corazón latiéndole con fuerza, antes de atreverse a mirar.

Iarlën abrió mucho los ojos y la boca, admirada. Un dragón, un dragón rojo. “Es bonito” se dijo, incrédula por estar tan cerca de una criatura así sin que la hubiera visto. En ese momento vio las lágrimas que se deslizaban por el gigantesco morro de la criatura, todavía más grande al ser visto desde la perspectiva de una niña, y se quedó paralizada. El dragón lloraba. “¡Tiene sentimientos!” se dijo, alborozada, antes de mirar en los ojos felinos del ser y darse cuenta de la pena que los ahogaban. De inmediato la niña, sin saber por qué, se entristeció. Cuando el dragón habló, con su voz profunda, pegó un salto enorme y se ocultó más entre la foresta.

-Es mi culpa- musitó la criatura entre lágrimas, humillando la cabeza y apoyando la quijada sobre la piedra. –No debería haber dejado que se llevaran mi huevo. Tendría que haberlo escondido. Es mi culpa.

“¡Es una hembra!” se dijo la niña, inmóvil, sintiéndose cada vez más triste al escuchar la voz desolada de la dragona. “Está triste por su huevo. Los dragones sólo ponen dos huevos, ¿habrá pasado algo? Mi padre no se va a creer esto. ¡A lo mejor estamos ante el comienzo de la era de los humanos!” pensó, ufana. Sin embargo, al darse la vuelta y observar el claro dolor de la criatura, que lloraba tan desconsolada como podría haberlo hecho su madre, hizo que sintiera una punzada de culpa. No podía sentirse alegre. Algo había pasado y por la culpa de eso ese mejestuoso dragón lloraba.

Iarlën decidió que no debía observar más. Se sentía como si estuviera espiando algo íntimo, y por ello se dirigió hacia las playas. Caminó largo rato, ignorando las punzadas del hambre y empecinada en llegar antes de la puesta de sol. Y lo consiguió. Estaba cansada, tenía hambre y estaba picada por los mosquitos, pero lo había conseguido. Paseando su mirada por la playa divisó a lo que parecía un hombre sentado en la arena, mirando el mar. La chiquilla fue a acercarse, pero un batir de alas comenzó a acercarse, haciendo que se ocultara de nuevo.

Con una maniobra elegante el dragón al que había visto llorando (“dragona” se corrigió la pequeña) se posó al lado del… “¡Elfo!” se sorprendió la niña. “¡Es un elfo! ¡Es su jinete!”. La retumbante voz de la dragona se escuchó con facilidad en cuanto ésta comenzó a hablar.

-¿Nos vamos, Abrazarboles?- le dijo, con la voz ronca de tanto haber llorado. –No puedo quedarme aquí, no ahora. Por favor...

Cautivada, la niña vio cómo el elfo rodeaba con cariño una de las patas de la dragona, también con expresión de tristeza, y después, tras asentir y decirle algo en un murmullo grave, subir al lomo de la criatura. “Son poderosos” pensó la niña al verlos juntos, con una pequeña punzada de dolor al pensar que ella no sería nunca como ellos. “Son poderosos juntos, y se quieren. Yo quiero ser como ellos. Quiero ser una jinete”. La orgullosa mirada del elfo paseó por la playa una vez más antes de que la dragona despegara, y vio a la niña. Iarlën temió por su vida, pero, temblando, se levantó, salió de la espesura y realizó una reverencia suave. El elfo inclinó la cabeza ante ella y, acariciando el cuello escamoso de la dragona, le volvió a decir algo y de inmediato el viento que levantaban las fuertes alas de la dragona envolvió en arena a la niña. Tosiendo, les vio alejarse, y de inmediato corrió a su casa, sin poder dejar de pensar en la escena.

“Lo he conseguido. Un día entero andando por el bosque y estoy viva. Y he visto a un elfo y a un dragón” corrió con más fuerza. “Cuando mi padre se entere…”.

Al llegar a su casa, jadeante, después de haber hecho la carrera más larga de su escasa vida, vio a su madre en el jardín llamándola a gritos. La niña se abalanzó hacia ella, abrazándola con fuerza, y la expresión jubilosa de la mujer al darse cuenta por fin de que la pequeña estaba bien cambió a una de ira.

-¡No vuelvas a hacer algo así!- exclamó antes de abofetearla y volverla a abrazar, demasiado aliviada y sin saber cómo expresarlo. Iarlën se llevó la mano a la mejilla tragándose las lágrimas ante las burlas de las hadas, que habían vuelto al jardín, negándose a llorar ante ellas. Había sobrevivido al día fuera, había tenido miedo, había visto muchas cosas y no se iba a avergonzar por ello. Era una superviviente, por lo que irguió la espalda con orgullo.

Entraron a casa, ella siendo amonestada y amenazada por su madre por si volvía a dejar el hogar al menos sin antes avisarla, y se encontraron a un grupo de personas en el salón, hablando entre ellos acerca de… Iarlën abrió mucho los ojos. ¡Estaban hablando del cántico de esta mañana!

-Algo ha pasado- decía una mujer con acento fiero, discutiendo con un hombre alto y corpulento lleno de cicatrices. –Era un cántico fúnebre. Ha habido un cambio en el equilibrio.

Iarlën se acercó a ellos antes de que su madre pudiera impedirlo, manteniéndose lejos de su alcance. –Yo sé lo que ha pasado. Bueno, tengo una idea. Bueno…- al notar la mirada de todos aquellos adultos sobre ella enrojeció de pies a cabeza y comenzó a balbucear, al menos hasta que notó la mirada de su padre. Él esperaba, confiando en ella. Si él confiaba en ella... no podía dejarle en mal lugar. La niña se aclaró la garganta. –Hoy he estado fuera, explorando. He visto a una dragona llorando por su huevo. Creo…- hizo una pausa. –Creo que les ha pasado algo a los huevos de los dragones.

1 comentario:

  1. ¡Ay! Me ha encantado ^^ sobre todo cómo has descrito la escena de Lúa desde la perspectiva de otro personaje :D ya me quedaron las ganas de cómo los humanos van a sobrellevar esto jaja
    ¡Un besazooo!

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