Mientras sobrevolaba el campo en contienda la dragona se dio
cuenta de que las batallas no eran como ella recordaba. Tal vez las había
idealizado a lo largo de los años (dándoles una pátina de honor que no
correspondía) y también era cierto que Lúa siempre había tratado de alejarse en
lo más posible de las guerras, considerándolas estúpidas y banales.
Sin embargo ahora lo entendía. Seguía pensando que era
ridículo matarse así, no hablarlo, pero lo entendía: era personal. Era porque
alguien había hecho daño a alguien a quien querías. No les había
responsabilizado de la muerte de los huevos (ya que seguía pensando que había
sido culpa suya por no haber decidido cuidarlo durante veinte años), pero la de
Spock… daba igual que pudieran resucitarle: lo que había pasado había sucedido
sólo por el gusto por la muerte. Por hacer daño. Por el placer de matar a
alguien que ni siquiera estaba en la lucha.
La dragona siguió dando vueltas, planeando por encima de las
cabezas de los contendientes, lanzando zarpazos y coletazos cuando veía que los
suyos no podían librarse fácilmente pero todavía tratando de evitar entrar en
gresca. Desde arriba no se distinguían las diferentes ideologías, sólo una
mezcla de seres luchando, un frenesí de muerte, dolor y sangre para lavar una
afrenta de la que realmente no se estaba seguro. ¿Acaso alguno había comprobado
realmente que los otros eran culpables de lo que se les acusaba? Al menos ella
tenía la certeza de que Spock había muerto a manos de la Alianza Blanca, pero
por ahora de nada más podía acusarles aparte de estar tratando de diezmar
indiscriminadamente a gente igual que ellos que sólo había tenido la mala
suerte de estar en lo que ellos pensaban como “equipo contrario”. Lúa lanzó un
bramido de frustración, bramido que fue coreado por los otros dragones, cosa
que la instó a hacer un vuelo rasante y lanzar llamaradas de fuego con cierto
cargo de conciencia, tratando de no darles a los suyos pero todavía ojo avizor
a ver si alcanzaba a avistar al denominado “sabio” de los centauros.
“¿Dónde estás, caballito?” se preguntó mientras se posaba
descuidadamente sobre el suelo aplastando a algunas sílfides y dríadas bajo sus
patas y barriendo con la cola a otros tantos seres esperando que los caídos
fueran de la otra alianza. Echó a andar haciendo caso omiso de las flechas,
arpones, trampas, fuego y maldiciones que volaban por doquier ya que estas
evitaban a la dragona gracias al poder de las elfas de los bosques y de las
arpías, que la trataban de proteger, alzando el largo cuello para tratar de
otear entre los distintos centauros para divisar al que ella consideraba su
presa. Una voz conocida hizo que se detuviera en seco, haciendo que la dragona
se girara con velocidad felina y tratase de correr hacia Alassë, la que
gritaba, una elfa a la que conocía de vista. No llegó a tiempo. Lúa rugió y,
apresurándose más, recogió su cuerpo cargándolo sobre su lomo.
“¿¡Por qué nos matamos!?” se preguntó, espantada, con los
ojos picándole por las lágrimas no derramadas, amenazando con hacerle perder la
furia y por tanto la decisión de luchar en una guerra que no tenía sentido. La
gente caía alrededor de la dragona, gente de ambas alianzas que moría y era
abandonada en el suelo, como si fueran prescindibles, como si fueran muñecos a
los que habían cortado las cuerdas. Lúa retrocedió dos pasos comenzando a
dudar, viendo como en un sueño como una de las arpías, de la que no recordaba
su nombre pero que sabía que la había protegido, caía petrificada del cielo, viendo cómo basiliscos y elfos eran
cegados, viendo el horror. Pero en ese momento divisó a Astracán y cualquier
tipo de duda se esfumó de su mente al tiempo que recordaba cómo por su mano
había caído su jinete.
El centauro, erguido, musculoso y majestuoso, luchando
denodadamente con el arpón en la mano, no se había percatado todavía de la dragona
roja, pero ella no pudo contenerse más. Lúa rugió con fuerza y se abalanzó
sobre él con las fauces abiertas y el fuego saliendo de ella en un violento
remolino, determinada a calcinarlo hasta la médula tal y como hicieron con
Spock… hasta que de pronto un ataque la atacó y la visión de Lúa desapareció en
la oscuridad de lo que fuera que le habían echado. La dragona se desorientó por
completo, perdiendo la presa y siendo casi incapaz de recuperarla con el rastro
de su olfato, al menos no rodeada del penetrante olor a sangre.
-¡No!- gritó, desesperada por recuperar la vista. -¡No,
tenía que vengarle!
***
Cuando despertó de nuevo el dolor había remitido, pero
todavía no se había difuminado lo suficiente como para que el elfo pudiera
levantarse de nuevo. Con la mirada buscó a su alrededor su ropa y sus armas,
tranquilizándose al instante al encontrar su arco y su carcaj apoyados en la
pared.
Spock hacía honor a su clan con su singular habilidad
cazadora. Era un gran guerrero y sería una gran adhesión a la batalla, pero
antes debía reunirse con Lúa y asegurarse de que ella estaba bien y que no
hacía eso cegada por el odio y la tristeza, sino que finalmente se había
convencido de que, quisieran o no, ellos estaban involucrados en ella, aunque
sólo fuera por su raza.
Cuervo le pidió que se mantuviera reposando, pero mandó
traer algo de comida para que el elfo recuperara fuerzas más rápidamente. Spock
tuvo que esperar todavía un tiempo antes de que le permitieran levantarse y
vestirse de nuevo, pero en cuanto tuvo sus armas a la espalda miró con decisión
al arcángel. Su montura estaba allí fuera y él no iba a quedarse de brazos
cruzados mientras ella estaba en batalla.
Con la decisión ya tomada y el consentimiento del arcángel,
Spock se preparó. Cuervo le llevaría hasta el lugar de la batalla donde los dos
se unirían a ella por fin.
*POST ESCRITO JUNTO A MARINA-MUFFIE, QUIEN HA MANEJADO LA VERSIÓN DE SPOCK ABRAZARBOLES, SU PERSONAJE, EN ESTE FRAGMENTO*.
Continuación: El reencuentro.
Continuación: El reencuentro.
Que chachiiiii.
ResponderEliminarTengo ganas de volver a verles en acción hajaaja