Raza maldita.

Lúa sobrevolaba los bosques que pasaban como una exhalación bajo ella, sin apenas prestar atención al paisaje que dejaba atrás. Llena de una alegría feroz no pudo evitar hacer una pirueta en el aire, disfrutando del sol sobre las escamas más sensibles y claras de su estómago e ignorando las quejas a voz en grito del elfo que llevaba sobre la espalda y que se aferraba a su lomo con fuerza: su hijo estaba a punto de nacer, después de casi veinte años de reposar a salvo en su huevo en el fondo del mar. “Apenas cuatro días para verle” pensó arrugando el morro rojizo en una sonrisa feliz, casi sin poder creer que todos esos años hubieran pasado tan rápido… y que sin embargo esos cuatro días se les estuvieran haciendo eternos. Como madre primeriza estaba completamente aterrorizada de hacer algo mal, y por ello, sin hacer caso a Spock Abrazarboles, su jinete, había emprendido el viaje hacia la costa un par de días antes de lo que habría debido. Él había resoplado y se había quejado mil y una veces por ello, pero la había acompañado, algo que le agradeció más de lo que le demostró. Deseaba estar allí en el momento exacto en que su pequeño rompiera el cascarón, para ser la primera que pudiera verle y tocarle... y quería que su amigo pudiera estar ahí también, para verlo y compartir su alegría. 

La enorme dragona roja estuvo volando sin descanso hasta alcanzar la orilla del mar, y cuando por fin se posó en la arena, al anochecer, armando una gran polvareda debido a su envergadura, estaba fatigada. Llevaba sin comer días, pero eso no le importaba: en ese momento lo único que sentía era un enorme cansancio, por lo que, ignorando los intentos de conversación de Spock, se aovilló en la arena escondiendo la nariz bajo la cola para mantenerla caliente.
-Quedan cuatro días, Abrazarboles- le susurró con una enorme sonrisa que le fruncía la piel del morro, levantando el largo cuello por un momento para dar al estirado elfo un suave y cariñoso topetazo con la cabeza. Volvió a colocarse en su posición favorita para dormir y exhaló un ruidoso suspiro. “Cuatro días” repitió para sus adentros con otra sonrisa, antes de caer dormida.

Fueron los rayos del sol los que la despertaron casi a mediodía, por lo que se desperezó, sacudiéndose la molesta arena que se le colaba entre las escamas, y se dispuso a cazar para matar el tiempo. Después de todo no tenía nada que hacer y estaba hambrienta. Su jinete se había marchado de su lado para explorar, supuso, y sabiendo que se encontraría bien y que si la necesitaba ella lo sabría, comenzó a extender las alas. Sin embargo algo detuvo a la dragona de alzar el vuelo en ese momento: el silencio. No se escuchaba nada, hasta el murmullo de la vegetación que circundaba la playa había callado. De inmediato se agazapó para reducir su volumen, avanzando con celeridad casi felina hacia la espesura para ocultar su cuerpo, que por la coloración que tenía, la hacía incluso más visible ante posibles amenazas. Nada pasó. La playa seguía teniendo la inocente apariencia de una playa, con la única cualidad de estar envuelta en un silencio sepulcral, pero la dragona no podía quitarse de encima la sensación de que algo había pasado... y que no podía ser nada bueno.

-¿Abrazarboles?- preguntó Lúa, preocupada por su compañero. No la había llamado, pero algo iba mal. Algo iba muy mal, podía sentirlo. El silencio se rompió: un sonido lastimero se elevaba por encima del susurrante sonido de las olas, un lamento musical que le puso los nervios de punta.  Salió de la espesura con cierto sentimiento de vergüenza por haber reculado tan pronto y, extendiendo las alas, se impulsó hacia arriba, tratando de encontrar al elfo y al mismo tiempo de alejarse de ese lamento. Tras unos instantes de sobrevolar la zona le vio en la orilla misma, kilómetros más adelante, metido hasta la rodilla en el agua y dialogando con una sirena. 

La dragona se lanzó con rapidez hacia allí, aterrizando y salpicando arena y agua hacia todas partes, y se acercó hacia los seres que ahora la miraban con una sombra en los ojos. El cántico se hacía más fuerte a medida que la dragona se introducía más y más en el agua. -¿Qué es ese sonido?- preguntó, cada vez más nerviosa. Spock, en contra de la costumbre, no se había quejado burlonamente cuando les había rociado de agua. Y no se había remangado los pantalones, saturados de agua salada hasta los muslos. Algo pasaba, como Lúa pensaba. Y era algo grave, ya que no hubo respuesta a su pregunta. Se introdujo un poco más en el agua y su jinete retrocedió un poco, dejándola pasar. Lúa bajó el cuello hasta casi rozar con sus escamas la húmeda piel de la sirena y la olisqueó en reconocimiento: olía a miedo. El suave crepitar del fuego que siempre se escuchaba en su pecho restalló con más fuerza, avivado por el nerviosismo de la dragona, y el sonido pasó a sus palabras. -¿Qué pasa?- preguntó, esta vez con temor. La sirena se limitó a mirarla con los ojos pintados de espanto y llenos de lágrimas y Abrazarboles le posó una mano en la pata, acariciando sus escamas, sin decir nada por una vez. Lúa sacudió la cabeza y un presentimiento recorrió su cuerpo, haciéndo que la dragona temblara. Algo les había pasado a los huevos. –No…- se dirigió de nuevo a la sirena, con un rugido de pánico. -¿Están bien los huevos?

Kraken- fue lo único que dijo la sirena. Su mirada apesadumbrada cobró un nuevo significado junto con el cántico lastimero que se elevaba desde las profundidades. “No. Imposible, no. Los bebés no”. Lúa retrocedió con el espanto pintado en sus ojos amarillos. -¿Ninguno?- se obligó a preguntar, sabiendo de antemano la respuesta por los ojos de la mensajera. La negación de la sirena, aunque esperada, le rompió el corazón. –Ninguno… mi hijo- susurró con la boca llena de sabor a ceniza. La magnitud de la tragedia la golpeó de improviso y sólo su fuerza de voluntad hizo que se mantuviera en pie. –Quedaban sólo tres días- dijo rota de dolor. Los hijos de toda su raza, masacrados, devorados por el kraken, cuando estaban a punto de nacer. 

Levantando las fauces hacia el cielo lanzó un rugido lleno de desesperación, rabia y tristeza, llorando lo que podría haber sido, llorando a su descendencia, llorando a los dragoncitos que nunca podrían ver la luz del día ni volar bajo el sol. El rugido sacudió las copas de los árboles y cobró eco, sonando más y más fuerte, un sonido primigenio lleno de un dolor inexpresable con palabras.

Nunca llegaría a conocer a su pequeño.

(*Fic escrito con el permiso y la colaboración de Marina-Muffie para supervisar la actuación de Spock Abrazarboles, su personaje y jinete de mi personaje, Lúa).

Continuación: La culpa.

2 comentarios:

  1. Holaaa!!!

    Aaay....me emociono y todo. ;////; es que ms gustan mucho los dragones.
    Que penita joooo..
    Oye, no sabia que escribias y que lo hacias tan bien .///.
    Dame más fics! Te lo ordeno ( aunque no debería por eso de ser mi anemiga y que ello implique que ganéis puntos) pero jooo es que mola!!

    Además me gusta la pareja con spok! Wow

    Un beso!
    Mavy

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  2. ¡Holaaa!
    Lo leí cuando lo mandaste y ufff... :( Es muy triste :(
    Y digo lo mismo que Mavy, por las reseñas ya sabía que escribías bien pero no tanto :O ¡Camino for president! Cada día lo tengo más claro jaja
    Me gusta mucho la amistad entre la dragona y su jinete ^^
    Queremos más!!!
    ¡Un besazooo!

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